viernes, 12 de noviembre de 2010

Para leer con letra despegada: Fragmentos de escritura

¨Los abalorios que nos ha regalado
han fortalecido nuestra propia miseria,
pero como nos sabemos desnudos
el ser se posará en nuestros pasos cruzados.
Y mientras nos pintarrajeaban
para que saltásemos a la urna cineraria
sabíamos que como siempre el viento rizaba las aguas
y unos pasos seguían con fruición nuestra propia miseria¨

Fragmento de Lezama Lima de Pensamientos en el Habana.





Todo en la vida son fragmentos, hasta estar sentada aquí haciendo el esfuerzo de hilar sentencias con los pedazos de mundo que  caen en mis manos. Pienso en la metamorfosis de Ovidio y la consigna del mundo Lezamiano donde todo es una constante transformación. Es decir, lo que se quedo atrás, no es una pieza para conciliar, tampoco es un conflicto. Entonces me veo en la resaca del espejo de la mañana, desprovista de todos mis abalorios, de esos que usaba en mi vida en Bogotá. No solo joyas y pashminas, también imprecaciones y argucias hechas de palabra, pretensiones de ser algo frente a la mirada de los demás. Los demás, esa obligación de día a día para secarse el cabello y procurar bajar de peso, como si mi ayer fuera el de una muñequita intentando demostrar que era real. Y ni siquiera hablo de los Otros, porque eso es una isla en la urgencia de encontrar significado en el aislamiento, hablo de los demás, como esa multitud sin rostros específicos, de la cual tengo noción en los sueños como fierros que llaman desde la profundidad de la libre asociación.


Es distinto con las personas que amo, son mis presencias aún aquí, donde hago mis fiestas cada día en mi piso de astros. Puedo decir que soy feliz, me gusta estar sin el teatro de los demás cada mañana. Pueden juzgarme como mala hija por que no extraño ahora el seno de mi patria, pero creo que mi país es cualquier lugar donde pueda izar la bandera de mi libertad sin condicionales. Soy la huérfana que tiene muchos padres y madres, me adopto constantemente y es ahí donde hallo mi espacio; pertenezco a lo que amo, no a lo que debería amar, que es el otro modismo para la tradición.


El único tiempo posible está en el corazón, en la sien que late, en el círculo de la respiración. El espacio es la pausa entre el impulso vital y el pensamiento. Mi realidad está donde están mi tiempo y mi espacio, lo que sigue es sólo ruido. La miseria es en tanto vivir en la superficie de las cosas, en la distancia de los que nos hace reales.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Voluntad de naufragos


En esa voluntad de abismarnos
Nuestra soledad se hizo palabra

Arturo Carrera.

Todos hablan del encanto de Albar Núñez Cabeza de Vaca, pues es el héroe de las desgracias y la figura del náufrago recompensado con su hallazgo. Pero ¿por que tanta fascinación? Creo que es porque todos, en el mar de nuestras soledades somos náufragos. En la piedad de un cristianismo sin cruces en la mitad de nuestros corazones pedimos ser salvados. Para ser escuchados, mantener la ilusión de que alguien más allá de nuestra piel tiene el poder de rescatarnos, para permitirnos la idea de un fin de las penurias afuera de sí y así absolvernos del peso de nuestras decisiones. Entablamos conversaciones para comprobar que algo de nuestro mundo todavía es una señal en medio de la soledad.

Vivimos con la voluntad de encontrarnos, pero primero que todo de perdernos, para escuchar una y otra vez la historia de la aya del niño que se perdió y fue encontrado después de una espera y el sufrimiento de sus padres. Pecadores sin noción del pecado que se huyen para conservar dentro de si la lámpara de una ventana que no apaga su luz en nuestra espera. Y para que esa luz no se extinga, huimos tan lejos como nos es posible.

Es mejor ser esperado que reconocer que el tiempo, esa consigna vertical que se encuentra en la nervadura de las simples cosas, no conoce de esperas. De ese material están las hechas las personas y nuestras propias razones. Es mejor ser naufrago y aducir que por la ventura se deshicieron los pasos de retorno, que asumir que el material de la vida es efímero. Como los rostros de Hansel y Gretel, como las migas de gente significativa que ya no podemos recordar bien, aunque todavía queden sus nombres en el lenguaje.

Antes de vivir aquí, mi juego favorito era esconderme, tener la sensación que era yo quien no me dejaba ver. Así hallaba libros, cafés, la última acacia en un parque, rincones oscuros en la fiesta de año nuevo, un teléfono celular dejado debajo de un cojín. Yo naufraga en mis pequeñas ceremonias por que necesitaba ser encontrada. Sentirme amada, que es la otra forma del hallazgo, que una palabra me inaugurase y me absolviese de la responsabilidad de mis palabras amarradas con silencios. Como Cabeza de Vaca, después de la aventura, alguien oiría mi historia y sería influyente en el imperio de mis puntos suspensivos. Necesitaba ser encontrada para tener el espejo de mi misma, confirmar en la excusa del que me encontraba mi reflejo, para saber si mi emulación de lo que supuestamente era yo en el entorno estaba siendo bien representada. Ser encontrada- y probablemente a Cabeza de Vaca le sucedió, confirmada-. Unas veces, tuve éxito y algunos enfurecieron o se preocuparon, otras fue un total fracaso, así que termine celebrando los primeros minutos del año nuevo en la oscuridad de un patio trasero. Así que mi pregunta, es ¿existe el naufragio cuando nadie nos encuentra? o simplemente tenemos que asumir que ese o esa es un perdido? ¿Qué la vida continua sin el registro de ese que ya no esta? La empresa de esconderse o naufragar tiene entonces ese precio: asumir que no somos buscados o imprescindibles, así que el mundo sigue y la idea del cristianismo y la modernidad se van al traste, es decir, no hay caminos en torno al rescate, o, la otra opción, es perdernos y no ser parte del registro. Esto último creo que es lo que pasa para mi, lejos de Colombia, tengo que asumir que no soy parte de ese tiempo y no voy a ser rescatada por nadie, así que simplemente ahora soy un yo sin rectificación del disfraz. No hay tristeza, solo que andar no es para irse más lejos, sino simplemente para acompañarse. Una soledad que se hace palabra a razón de no creer en la vanagloria del descubierto. ¡Que alivio!

martes, 24 de agosto de 2010

¿Somos libres en la vigilancia?

Denver Colorado. Estoy mejor hoy que hace unos dias. Mañana viajo al lugar de mi residencia,Pittsburgh, y mientras los dias pasan bajo el sopor del verano, he descubierto que disfruto   de la literatura contemporánea norteamericana  por su soltura y cierto desenfado en el acto de contar lo que se ve y lo que se siente. De igual manera en el fondo de mi maleta he descubierto un libro de Cortazar: Octaedro y debo confesar que aún despúes de tantos años me sigue sorprendiendo, quizá, por que no pierde ese encanto de contar y en cierta forma  de jugar con lo intimo, mientras la historia se transforma en un juguete grande, donde los lectores nos reconocemos, o mejor aún, nos identificamos.

 Pero volvamos al asunto: éste lugar que por lo que todo apunta será mi país de residencia por los próximos 5 años. Para ilustrar lo que he sentido tan sólo baste con una anécdota. Hace una semana, creo, a eso de las 10 de la noche frente  a la puerta de la casa de MG. Como ustedes saben, los fumadores somos una especie perseguida con espacios cada vez más reducidos, por lo tanto, nuestros lugares son las terrazas y los escalones frente a cualquier puerta si tenemos fortuna, asi que esa noche desenvolviendome con mi necesidad casi natural saque mis kool y me senté frente a la puerta de la cocina que da a al calle. Habitualmente el vecindario, con sus prados verdes y sus calles solitarias es tranquilo, más no obstante, siempre esta la sesensación de que alguien observa. Esa noche cuando prendí mi cigarrillo, las luces del vecindario se encendieron, el carro que pasaba por la esquina se detuvo y dejó sus  plenas encendidas. Obviamente, la asustada fuí yo. Crucé la puerta casi sin apagar el cigarrillo. Esa misma sensación de vigilancia constante es la misma que se experimenta en cualquier lugar  del país; hasta podría decir que en lugares abiertos como los parques naturales, donde supuestamente el hombre es libre con la vida salvaje. Aqui, hombres y mujeres a luz son políticamente correctos, pues saben  que en cualquier lugar, ya sea la intersección, el baño,  el restaurante o la acera, hay una cámara observando, aunque no sepamos quien detrás del monitor nos mira.

 Quizá en Colombia, el panótico es tan sólo una teoría que borrosamente puede sentirse en algunos aspectos de la vida cotidiana de ciertas ciudades o plenamente en la web. Aqui, es el sistema regulador del día a día. El temor de la vigilancia y al mismo tiempo la sensación de libertad canalizada, es el combustible humano de sociedades como la norteaméricana. Somos, nos gusté o no, lo más correcto que se puede ser, aunque en las calles se puedan ver escenas de violencia fisica contra las mujeres, te griten por que el telefóno al que acaban de marcar  es equivocado - y lo peor el número es el tuyo- o alguien que simplemente no te conoce sea capaz de insultarte por cruzarte en su camino mientras caminas.

Creo que no es accidente que éste país haya producido escritores como Bradbury  en oposición al diario vivir, la literatura sea un espacio de liberación y reflexión constante (claramente no me refiero aquí a la literatura de supermercado ¿no?), aspecto que es dificil de encontrar en la literatura colombiana. Es extraño pensar que el ojo que todo lo ve, el gran Argos de nuestros dias, pueda crear intersticios donde la flexibilidad y el pensamiento como ejercicio de libertad sean posibles.


En mi país de orígen , las cosas son distintas. El Leviathan parece estar ciego y la única regulación posible es el miedo y el caos de lo externo. Sin embargo, muy adentro de nuestra tradición, ese miedo se transforma en grito mudo de impotencia frente a los muy reducidos espacios de  la libre expresión como una forma de construcción de lo social. Pues ¿de que sirve gritar si nadie te escucha?¿Sí decir en muchas ocasiones lo que se es, lo que se ama, lo que se odia o llanamente lo que se piensa, es una manera de auto marginación, aveces empezando por lo económico?.

Muy probablemente, si estuvierá en Bogotá, podría prender mi cigarrillo y nadie me diría de frente nada. Pero les apuesto lo que quieran, que quizá alguien estaría hablando a mis espaldas o estarían haciendo gestos para que lo apague.  

martes, 20 de julio de 2010

Sopor Aeternus - "ella y su gato" cortometraje japones Inschrift/Epitaph...



 Lo coloco aqui en el blog, quizá por que es una forma de no perder un instante, la fragilidad que se siente en la música y en la historia del cortometraje. Debe ser por mi amor a los gatos.

martes, 13 de julio de 2010

Día a día el sentido, la inmortalidad




Intentemos despejar. Digamos que me llamo Juan o John o Juana, en fin, como quieran llamarme y llevo un trabajo cualquiera como pasear perros, atender una oficina o limpiar una casa. En este momento, estoy tirado en una poltrona azul de cuero imitación, para muchos un insulto a la estética de cualquier casa, para mi todo un tributo a la comodidad, observando cómo los mosquitos dan vueltas alrededor de un bombillo.

Puede ser azar, pero cualquiera de los mosquitos podría ser yo. Toda luz es calor, las mujeres cansadas en la lista de viernes por la noche con su perfume diciendo “hola.. ¿qué tienes para mi hoy?” un tazón de chocolate caliente o “la luz de la palabra de Cristo te salvará”, a la que acuden en ráfagas humanas algunos de mis amigos el sábado al teatro ubicado en alguna zona de la calle 13 para que la soledad sea menos infernal. Pienso también en la luz de una pantalla de cualquier café internet, en la contraseña del messenger, el clic de alguna ventana de algún desconocido que me llama y al cuál saludo sin saber que decir, unos labios, el pico de una botella de cerveza, el aire impersonal de una secadora de manos de baño público. Imagino mil cosas, recuerdo algunas del día que ha pasado y sigo observando con mayor atención los tres o cinco zancudos que dan vueltas alrededor del bombillo. A veces los envidio, ahora que prendo mi cigarrillo y tiro las cenizas en cualquier hueco de la vieja poltrona, pienso que ellos tienen centro, torpes, hasta que alguien como yo los inmortaliza en cualquiera de estas paredes que debe parecer para ellos el infinito.


¿Que será un bombillo para un zancudo? ¿Cuánto tiempo dura el centro para un ser vivo?. Los seres humanos por estadística duramos en promedio unos 75 años si no nos conectan a alguna pared como un celular cualquiera, ¿cuánto dura el centro?¿cuánto dura nuestra necesidad por el centro hasta que distraídos tomamos otros rumbos y algo o alguien nos inmortaliza en nuestro infinito? .Pienso que tengo muchos centros en tanto muchas vidas hasta en un mismo día. Soy el que gira en torno a los deberes hasta las doce del día y luego los labios de alguien me acercan cada vez más hasta que me siento en el útero. A veces el calor de una charla me llama y me siento parte de la tribu, hasta cuando recuerdo que a las 20 horas van dar el especial de U2, entonces quiero llegar rápido a casa y ser parte de ese ojo que me cuenta cosas. Otras veces me levanto creyendo que va a ser mi día, imagino todo lo que puedo conocer, imagino que hay alguien al otro lado observándome pero yo estoy adentro en esa foto y es a mi a quien se le puede preguntar todo tipo de cosas acerca del olor del lugar, a que saben las mañanas, como preparan el ajo o cual es la anécdota que más me gusta relatar.



Entonces, dejo de mirar fijamente el techo y apago el despertador para buscar el centro que se me suele perder cuando me aburro en exceso y vuelvo a caminar en fila como las hormigas.

martes, 6 de julio de 2010

No me compres una olla a presión cuando sea grande: los susurros femeninos en los blogs en la democracia del simulacro de internet

http://es.globalvoicesonline.org/2010/06/29/festival-de-blogs-colombia-la-mujer-en-la-red/



Ayer fui a ver Eclipse, ésta evolución de los cuentos de hadas para adolescentes, donde la gente sigue proclamando lo antinatural de la monogamia eterna y las mujeres con sobrepeso de 13 kilos , no son aptas para conseguir la mirada penetrante de un apuesto hombre lobo o el corazón apasionado de un flemático y bello vampiro …o vampira. En fin, después de 23 años, de pedir ser la bruja en los juegos de te de mi infancia en colegio femenino y dictar la clase de género por tres años, quedo con la impresión que las mujeres siguen siendo prefabricadas con las tecnologías del discurso, que lo único que cambia son las maneras de contar las historias de amor que no son más en muchas ocasiones que dispositivos de control y maneras de dar a cada quien su rol en la cotidianidad. Maneras de definir quién es el que espera o el que habla, quien es el que actúa y el que pide como la víctima, ser rescatado o rescatada.

En pocas palabras, la exclusión de todos aquellos que no son bellos, ni adolescentes, ni especiales para otorgarles el silencio de lo innombrado dentro de los discursos de lo ideal. Pero ¿Qué hay en ese silencio?¿acaso los hombres y mujeres que no son especiales, ni freaks particulares tienen alguna oportunidad en éste lugar donde todos en nombre del simulacro son bellos y saludables?. Para los optimistas, la respuesta sería obvia: ¡claro que si.! El mundo del internet, es un lugar abierto y democrático, ideal para fragmentar la manera de crear el discurso, no hegemónico, multicéntrico, abierto siempre a todo aquello que por siglos desde el dominio de la modernidad, no dio cabida a todo aquello no falocéntrico, masculino y viril, si por ello entendemos la construcción de lo canónico, lo verdadero y lo bello.

Esa búsqueda casi obsesa como quien se limpia las uñas hasta el cansancio de lo sublime que el romanticismo dejó y que los anteojos de la época moderna instauraron hasta más no poder en la divinidad del texto escrito que tanto amamos recitar en las universidades, es lo que supuestamente el internet pondría (para los que creen que todos los días son azules al son del Lilly Allen y no hay que comer carbohidratos por las noches) en entredicho. Así que en ese orden de ideas, lo femenino, o mejor, lo no falocentrico tendría una gran ventaja, en éste territorio de caída del dios de Descartes y los discursos no institucionales tendrían una mayor cabida. Pero si eso es así y el mundo del discurso es abierto como el campo verde de lo indy ¿Por qué sigo viendo en Sony entretainment los caballeros las prefieren brutas o me siguen llegando correos en cadena de bromas con siliconas talla 38 o los extremos de la belleza de las mujeres como una frágil flor que todos los días debes cuidar?.Algo no está bien, y lo que creo que no funciona no es el asunto de que cada vez más hay nuevos espacios para la expresión libre, como es el caso de los blogs o los perfiles, sino por decirlo de alguna manera los códigos de lectura y los mecanismos en que se construye lo que debe ser leído y todo aquello que es basura. Si, es cierto, que cada vez es más frecuente encontrar mujeres en la red, pero alguno de ustedes me puede decir ¿Cuántas mujeres frecuenta leer? Sé que las que más leen hablan de sexo , sexualidad o demás simulacros, sólo vean los blogs de los periódicos, o mis congéneres de 22 años que creen que lo más Cool es Andy Warhol o ser bisexual, o simplemente pensar llegar a los 30 como Barbie exitosa con suficiente tiempo para el gimnasio, claro sin contar, los blogs de amor y desamor, que siempre arrancan más de una palabra en la soledad y más en éste simulacro de esconder secretos en lugares públicos como es un blog.

Pero la estructura sigue intacta, todos y todas aquellas marginadas de lo falocéntrico, que no viven para ser Bella Swan o Jacob, dama y caballero al rescate, continúan sin espacios para ser leídos y al menos escuchados como voces válidas con algo que decir más allá de la cotidianidad y el cansancio del simulacro en una sociedad donde el secreto ha pasado de moda y lo más importante es ser visto. En ese último aspecto si me preguntan acerca de las mujeres, si hemos encontrado una nueva tecnología, otro dispositivo para dejar el miriñaque de la tradición, creo honestamente que no, que todo lo contrario, quizá hemos encontrado por medio de la simulación otra manera de escondernos, de hablar como siempre con susurros en la web y dejar en el mundo donde todos son saludables y populares en internet, nuestra frustración por no ser Rachel Maddow o Lady Gaga, o cualquiera de éstas presentadoras de canal de televisión, con las que las madres promedio colombianas sueñan como modelo para sus hijas de tal manera que cuando sean mayores puedan aún sin vampiro pero sí con promesa de matrimonio eterno sin capitulaciones, ser felices para siempre, para recibir cuando cumplan 40 de día de la madre una olla a presión.

No me quejo de internet, creo que la mayor parte de mi tiempo estoy conectada, pero creo que el asunto no es solo el espacio abierto de lo otro, es también, pensar como esos otros que no están en la vitrina de la buena simulación, son válidos como lecturas posibles más allá de lo freak o lo especial, en que irónicamente lo común- los treces kilos de sobrepeso, el hombre que no supera los 1.70, la mujer que pelea todos los días con su armario- puede ser un lugar seductor en estás épocas de tantos disfraces y exceso de representación.

Mientras empaco mis cajas: mi madre


El Pasado. Habitualmente vivo mis días con la idea de que los muertos están muertos y el territorio de la ausencia no es un lugar propicio para el presente. Eso en cierta forma se lo dejo a Juan Rulfo. Más sin embargo, ahora que empaco mis maletas – la semana anterior embalé la historia institucional de mi cuerpo en el resumen clínico – descubro que algunos muertos nos tocan la cara y nos dejan con el frio de la impotencia en el momento de la partida. En ese sentido me refiero a mi madre. Por 17 años he vivido con la idea de que extrañar un muerto es perder el tiempo de la vida. Así, con rabia y algo de soberbia me las he arreglado para tomar mis decisiones y seguir adelante, siempre con la premisa de que el pasado no ofrece nada para mi.
Ahora, a seis semanas de dejar el país, siento que extraño a mi madre, que la rabia no llena los espacios para un hasta luego o la promesa del regreso por aquello que se queda aquí y no puede ir a ningún lugar. Estoy en ese momento en que creo que mis alegatos a mi tradición- que es casi lo mismo que pelear con Dios para una atea recientemente convertida al agnosticismo- no van a llenar éste espacio vacío en las entrañas.

Creo que después de tantos años de vivir como huérfana, lo único que me quedo de ella es la idea, la vaga sensación de que no todas las noches, ni todos los refriados fueron solitarios. Ya ni siquiera recuerdo su olor. Tengo sombras vagas de su sonrisa y sus ojos pardos, pero ni siquiera con el lenguaje puedo decir como sonaban sus palabras. Mentalmente puedo decir que extraño su tibieza, la leche caliente por las noches mientras terminaba mis tareas, la idea de que siempre hay un puerto de partida y de llegada, no importa cuántas veces se caiga. Pero ahora después de múltiples caídas y saberse tan lejos de lo que alguna vez se señalo para mi vida, ella es ahora como en mi boca el hueco de las cuatro cordales que me extrajeron hace pocos días: sé que no las necesito para morder nada, pero cada vez que paso mi lengua, el hueco está ahí y la molestia se siente hasta que me acostumbre a su falta. Quizá la diferencia es que hay heridas que sanan más prontamente y no se abren , otras como la legendaria herida que el mismo Rey Arturo se propinó, nunca sanan y duelen probablemente hasta el fin de la existencia.


Hoy, a seis semanas de dejar mi casa probablemente para siempre, cuanto quisiera unas palabras que me dieran animo y tiernamente me dolieran por abandonar la plenitud del útero. Más es una ausencia la que me pare y es mi trabajo ahora buscar presencias para construir el presente y el futuro, para tener sentido más allá de las orfandades del que parte sin dejar su madre, o el que abandona a sus amigos, que, como bien sostiene el poeta Jattin son nuestro batallón de ángeles guardianes. Lo único presente a veces para quien decide dejar su pasado.

miércoles, 14 de abril de 2010

Lo que se está llevando la lluvia antes de irme: Literatura colombiana y otras malas enunciaciones


De los días lluviosos donde escribir se hace imperativo para continuar con el día: Por lo pronto hay muchas cosas que hacer como por ejemplo, calificar parciales, preparar clase e ir a traducir papeles, sin contar que hay que ir a solicitar lo más pronto posible el pin para solicitar la visa. Esto es la línea de la rutina. Más sin embargo, en la cotidianidad de ésta ciudad donde nunca se ve el sol me reconozco cansada y decepcionada de personas pero en general de historias que solía tener como sagradas. Para empezar tenemos a la literatura. Paso por un periodo de aridez total, no escribo ni siquiera una coma, después de pugnas de años frente a la tendencia al intimismo que me invade en mi proyecto de escritura, ahora ni siquiera enuncio y no sé que sería aquello que podría desligarme de mi experiencia solipsísta frente a la escritura no como forma de desahogo sino como arte en capacidad de hablar entre la primera persona y el universo. Mi intuición me dice que debo buscar un instrumento preciso en capacidad de ser sensible pero al mismo tiempo elocuente. Tocar pero al mismo tiempo crear. ¿Hasta qué punto esto me está llevando más al camino del ensayo y la crítica? , no lo sé. La otra cosa es que puedo contar, cuál es mi caja de herramientas.
Hablando de otras cosas, ayer en uno de esos días tan propios de Bogotá cuando la lluvia se pega a los jeans y sientes todo absolutamente frio, acepté ir a una tertulia. Creo que hubiese hecho más en mi casa debajo de mis cobijas o sintiendo pasar por intravenosa Marcel Proust –si, esa lectura que un versado en literatura debe hacer alguna vez en su vida, aunque estoy llegando a pensar que como todo lo obligatorio es una lata con polenta, pero bueno, ese es mi punto de vista-. El balance, no fue pésimo sino letal. Por un lado un hombrecito con bigote del Zorro, con tenis verde militar de mala calidad y pantalón de sudadera gris, leyó un cuento suyo de “novela negra”, espantoso simplemente, haciendo honor a la porno miseria de éste país de busetas, balas y una mala selección de futbol. Un manejo del lenguaje absolutamente pobre con nombres que honran los culebrones mexicanos o venezolanos. Lo que más me duele, es pensar es que esa basura la que brilla en los anaqueles de las librerías colombianas. Recordé el dicho de un compañero ahora editor de una importante revista: desconfía de una persona que vista mal y se ufane de escribir bien, pues el gusto es una característica necesaria para quien se dedica al arte. Pero no vayamos lejos, pensé que la poesía podía salvar la tanda. Aquí, los pocos que bien podrían redimir la tanda, hablan de trenes y nieve en éste moridero del tercer mundo. No superamos el anacronismo del poeta Valencia que alguna vez hizo un poema acerca de los camellos sin haber visto alguno en su vida.
Eso sí que me dejó mal parada y bastante decepcionada además. Me gustaría pensar que me voy con una caja de cosas hermosas y que la creación en mi país abre un panorama a la reflexión y a la pregunta de quienes somos, no cómo vástagos de la tradición eurocentrista, sino como interlocutores que no necesitan del exotismo -antes de la papaya y la guacamaya del realismo mágico y ahora de las balas y los sicarios- para abrirse un lugar válido en la enunciación del discurso del mundo. Así que siento que me voy un poco triste, hasta decepcionada de mis antiguos mitos, como si todas las palabras en las que creí aquí se deslieran como un papelito que se lleva la lluvia por las calles de dios sabe quién.