domingo, 30 de diciembre de 2007

Sólo sus armas velan




“duerme el guerrero
sólo sus arman velan…”
Álvaro Mutis

Con frecuencia pienso en los guerreros espartanos; en su separación forzosa del hogar a la tierna edad donde el universo es la madre, para afrontar sin piedad los duros padecimientos del lapo y la disciplina y así rendir tributo con su valor y entereza a la milenaria estirpe de guerreros de su patria. Pienso también en los campos abiertos llenos de fango e incertidumbre donde el joven todavía sin grebas aprendía la utilidad del brazo, la lanza y la rudimentaria espada, para saber que su orfandad había sido compensada por el valor y el sueño de servir en la edad adulta a Esparta. Imagino el puño, la sangre como un arroyo sobre la cetrina piel de los que aprenden que el hogar está en la mente del que sabe a dónde pertenece. Espartanos, guerreros fundidos desde el rigor de la mirada al horizonte en el cenit, aparte de su patria su única pertenencia es la intemperancia.


A la hora del alba, cuando suena el cuerno de la batalla, recuerdo a los guerreros que con respeto hacía alusión Heródoto. En el momento de rendir culto a los ancestros y a los caprichosos dioses que definirían el destino de los hombres hermanados por la lucha y la sed de supervivencia aún en las circunstancias más adversas, sólo el mirar más allá de los campos infestados por la muerte y la sangre del amigo o del desconocido, era el talismán para mantenerse en pie y conservar el coraje aún sobre el dolor físico o la incertidumbre de la vida que se va entre las manos. En la batalla- milenaria estirpe de los guerreros sin dadivas- no hay espacio para el miedo, sólo un paso adelante sobre el caballo arisco y la ardiente espada sobre las cabezas de los que interfieren en el camino de estar vivo con el honor sobre los hombros.

Rendir respetos al final del día a los que se han ido y cruzan ahora con monedas en los ojos el rio de Leteo, al igual que la honra a los propios que nos aguardan en sus deseos, es de lo poco que queda de los espartanos, a los cuales yo rindo tributo en mis pensamientos, cuando me dispongo cada día, cada mañana a seguir con mis armas y mi honor sobre los hombros, aunque mi historia y mi nombre hayan sido mancillados por los que no son capaces de verme directamente a los ojos.

Ahora por la noche, en una noche cualquiera cuando regreso sola a mi hogar entre las luces de los semáforos y los ruidos de los automóviles, después de haber visto la enfermedad recorrer el cuerpo grave de mi padre, el rostro tallado de la persona que amo con sinceridad y respeto por su amistad y el profundo agradecimiento de haberme dado el talismán de la pertenencia a quien me abraza sin esperar una moneda por su acto, recuerdo a los espartanos como la larga metáfora que me ha acompañado por años y me ha permitido estar viva aún en medio de las ganas de desfallecer y la confusión de la ofensa y el desagravio.

….pienso en los espartanos, los recreo en mi memoria como si fuesen un recuerdo vivo de lo que honro con vehemencia para no caer en la oquedad hasta cuando escribo. Mascullo la imágen como la oración de los creyentes para no olvidar que pertenezco a los que amo y de manera digna me aman. Es lo único que me queda, es el símil de todo lo que me mantiene.



jueves, 6 de diciembre de 2007

Cuando no habia nadie para abrazarnos

No había muchas ganas para levantarse por las mañanas, los ojos estaban empañados por el vaho del inicio. No se esperaba nada, el espacio parecía transformarse en la materia de días donde no se espera el abrazo de nadie. Las palabras de los otros invisibles para los oídos conducían a donde nadie nos escucha, no había nadie, solo este dolor de estar vivo de nuevo, en un lugar donde ya nadie quiere limpiar la casa o revisar que las prendas para cazar están colgadas lejos de la vista de las visitas para no delatar la real naturaleza. NO había nada, nunca lo hubo, eso lo sabía cualquier ilusionista. Hasta sin espacio nos dejaron para colgar los quejidos que sirven de cuerda para lanzarnos al lado de la esperanza que se maquilla de venganza. Y ahora lo único que queda son estas mañanas largas que no se acaban con la luz, esta necesidad de pensar en los domingos soleados para pedir que las nubes se levanten para lanzar una viga y estrangularse en ellas. Estas ganas de no cerrar los ojos y no pedir hallar soles negros. No hay alguien ya para compartirlos, solo queda entonces aferrarse de nuevo a la palabra.