viernes, 9 de mayo de 2008

El escritor sin rostro

La famosa y celebre presión de la hoja en blanco. Como es habitual, después de meses de ni siguiera intentarlo, me pregunto qué me puedo decir. Es relativamente fácil para quien está afuera dar instrucciones de cómo hacerlo o que contar (el oficio del escritor es…, las grandes obras están en la corrección… escribir consiste en, etc). Por el momento me limito a decir que hace frio o que hay una paloma a mi lado, que el café que me acabo de tomar está delicioso, mientras escucho charlas, todas difusas, de los estudiantes probables que están a mi lado.

Mi padre, a quien a veces odio, a veces quiero, me dice que en este lapso como docente universitaria, he adquirido herramientas para aprender a escribir. La pregunta que sigue, es acerca de qué voy a escribir y su vez la interrogante por el tiempo en el que pueda de manera directa afirmarme como escritora antes que el agotamiento y la tristeza- pan de cada día en los medios de literatura- terminen tomando su lugar como en infinidad de vidas e historias, donde la escritura queda relegada a ser un “lindo” recuerdo o el sueño fallido de juventud a raíz del agotamiento o el fracaso frente a la tarea de identificación social como escritor.
He afirmado durante años que escribir es un acto de terquedad, no obstante, considero que más que terquedad la escritura puede perfilarse en ocasiones como una vocación hacía lo inútil ¿Por qué lo digo? Aparte de la vieja sentencia de Kant del arte y su belleza desde su poca utilidad, la literatura en relación con la productividad y la identidad social, es una tarea problemática, pues para aquel que la carga puede ser en comparación a un entorno donde todos son lo que muestran o el dinero que llevan desde su oficio, una propensión a no tener rostro propio. La carencia de identidad, de no poder ser explicado frente al mundo desde un producto, es la tortura a la que se encuentran supeditados miles de escritores que no hayan la manera de ser y de hacer parte de manera armoniosa del mundo. Para muchos escribir es decir, pero quizá lo que menos se enuncia es que en muchas ocasiones el acto de escribir es también callar y es precisamente en ese silencio donde la tarea se vuelve problemática y difícil de asumir, más, cuando nos referimos a un oficio desde la utilidad social.

Ser escritor tradicionalmente, más en el caso de las sociedades latinoamericanas, se haya directamente relacionado con el estatus y la visibilidad social, en tanto, esta función le es conferida a quienes aparecen en la prensa o las revistas, pero ¿Qué sucede con aquellos que siguen de una manera u otra la vocación pero ya sea por su edad o la falta de ubicación, no son publicados o visibilizados de la manera tradicional? Desde ésta última posición, pues es de aquella de la cuál puedo dar fe, la escritura puede verse como una esperanza –exorcizar la vida intima en un papel para continuar - o un pacto hacia la muerte social, mas cuando las salidas frente al gran público se ven lejanas y el escribir es un imperativo que continua gobernando la vida aun cuando nadie te lee.

Y es precisamente este último asunto que como escritora no comercial, sin rostro aparente, me sorprende más todavía y es cómo todos aquellos que escriben y en cierta forma los hermana la esperanza de ser parte alguna vez del diálogo con los lectores, en Colombia no se leen entre ellos, sabiendo que en cierta forma la opción de escribir es entablar un diálogo con ese otro que está fuera de los límites de la identidad personal. Paradójicamente creo que la poca fe que se tiene en la voz propia o el temor a que ese otro extraño niegue el esfuerzo de la creación personal, es lo que nos empuja a negar al otro que escribe, acallando el temor de ser juzgados como seres vacíos frente a un mundo lleno de significados que nadie atiende de forma total. Me preocupa, como escritora y lectora, la imposibilidad latente en el medio de los amantes y amados por la literatura en nuestro país de crear redes humanas en las cuales la identidad colectiva como escritores sea una afirmación sin dobleces a partir del acto de la lectura y escucha del otro, aún más allá del canon, las recomendaciones bibliográficas o el monopolio de las grandes editoriales.

Estoy convencida que la única forma de permitir y permitirse la existencia como creadores y lectores es romper el silencio y el tabú de la desconfianza frente a todo aquel que no soy yo, como remedio a esta particular forma de impunidad en los medio no comerciales de la literatura, donde el rostro del que escribe parece no ser algo real en un espacio donde todos quieren ser leídos y reconocidos como almas que tienen algo que decir, más sin embargo, pecan por no tener ojos para el otro que quiere ser leído, dando como resultado un medio en incapacidad para conectarse con el mundo y dar un rostro a los que están en él.

Finalmente la inutilidad social a la que se refería el filósofo alemán, es solo una cuestión de época y la literatura aunque no sea para las galas mediáticas, tiene un rostro y una sed de identidad sólo posible desde la conciencia colectiva respecto al significado de la escritura como tarea y estilo de vida, o, parafraseando a Heidergger, como puesta por obra de la verdad de un tiempo histórico, que abarca no sólo a aquel con mayor visibilidad social sino a todos los que anhelan ese encuentro fortuito entre el que llega cazando parte de sus fantasmas y su vida en un texto como bien puede ser el lector y aquel que consigna sus certezas y preguntas en unas líneas como es el caso del escritor.

Así, que aparte de la tarea de preguntarse acerca de que se va escribir, la literatura a fin de cuentas es una apuesta por adquirir un rostro marcado por un tiempo y ante todo una colectividad en capacidad de reconocer las fortalezas y falencias de todos aquellos que pugnan por un algo que decir que se considera valioso, pero ante todo por la acción y el convencimiento de un determinado grupo humano que anhela signar su existencia a nivel social desde la palabra.
Ahora mientras espero que el agua amaine, me quedo con la pregunta acerca de la escritura y si en verdad el quehacer académico no es una tangente sino una herramienta de ayuda para la literatura, mientras intento ganarme la vida con lo que mejor sé hacer y es utilizar la palabra y sus derivados. Sé que hay otras obligaciones, sé que la vida transcurre y los deberes son directamente proporcionales a la edad. Aunque antes de abandonar éste Juan Valdez, me pregunto frente a la biblioteca, cuantos como yo, con sus trajes de estudiantes, el maletín de cuero cargado de parciales y libros hasta el cansancio, abrigan la esperanza de ser publicados u oídos alguna vez, pero ante todo de ser vistos y reconocidos por los otros sin que necesariamente sean alabados por la crítica o los eruditos de la literatura como seres humanos con algo que pide ser leído, para bien o para mal, por el otro que esta fuera de la esfera de nuestra subjetividad: simplemente escritores con una identidad, un nombre, un rostro.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Miércoles 15 de enero: algunas preguntas en el diván de la psicoanalista

__…En el sueño de hoy está la imagen de los libros, de un cuarto oscuro donde la niña se refugiaba, según lo que dice aquí, en medio del olor del papel amarillo y los lomos de cuero… cuéntame acerca de la infancia y esa relación con los libros, con la literatura en general en tu vida… por favor quítate los anteojos, suelta las piernas y cierra los ojos…

__Bueno, mi relación respecto a la literatura es absolutamente al revés. Los libros en mi vida han sido como la línea del destino: me han cruzado la mano de un estribo al otro sin la posibilidad de decir que empecé a tal edad o tal otra. Siempre estuve rodeada de libros, mi contacto con la literatura se remonta a los primeros años de la infancia. Creo que primero aprendí a identificar los libros por su olor y textura, que a jugar a las escondidas o a la “lleva”. Digo que es una relación al revés porque terminé metida entre Homero, Heródoto, la poesía del siglo de oro español y los rusos –lecturas de “gente grande”- desde muy niña, guiada por la curiosidad, ya que como hija única alérgica a casi todo, los libros fueron mis amigos y mis primero cómplices y en nombre del aburrimiento me imbuí en ellos sin saber en qué me metía. Debo confesar que conocí la literatura para “adultos” porque no había nada que hacer antes de la serie José Miel que daban a las cinco de la tarde en el canal 7, aparte de escuchar con mi empleada la radionovela Calimán…

__Pero has mencionado que al revés ¿Por qué? ¿De dónde sale esa expresión?

__Ah… por que terminé leyendo y descubriendo cosas aparentemente fuera de su tiempo. Los libros y en especial la literatura son como la vida: sólo estamos preparados para nombrar y asumir ciertas palabras en cierto tiempo, en cierto espacio, y, aunque haya otros que nos las repitan y nos la entreguen hasta el cansancio, sólo podemos comprender su sentido hasta que el instante justo de la experiencia nos la revela. En mi caso, conocí primero las palabras y después su contenido por los giros de la vida. Así como en la infancia leía los llamados “clásicos”, en la pubertad me embelesé con los filósofos existencialistas- al punto que me declaré atea a los once, ahora me rió pues estoy convencida que si hay un Dios- y aunque no me creas conocí la literatura fantástica y parte del legado de la literatura infantil en la adolescencia, sin contar lo que descubrí en la universidad. Es gracioso, si no hubiera sido por ese recorrido, la literatura no me hubiese salvado la vida, no me hubiese entregado el sentido suficiente para continuar cuando aparentemente no había esperanza. Las palabras que no comprendí cuando niña, en la adolescencia, periodo tórrido por la muerte de mi madre, me concedieron la posibilidad de estar viva y comprender que cuando nos sujetamos a ellas, así como pueden llegar a ser cuchillos, tienen el poder de ser un abrazo, un beso y hasta un lazo para llegar al otro y sentir con él. Esa es la razón de mi primera incursión con la palabra lejos de mí para llegar a los otros –por decirlo de alguna manera- en el colegio.

__¿Qué fue lo que sucedió en el colegio? ¿Por qué dices con orgullo –lo detecto en tu voz- que fue tu primera incursión? ¿Qué fue lo que sucedió?


__Para ese entonces- debería tener unos trece años- era una típica niña problema que lo único que sabía hacer era dibujar, escuchar música y leer. Los profesores al ver que me gustaban los libros, me entusiasmaron para que escribiera no sólo diarios- manía propia de mi introversión- sino poesía. Empecé y me gusto la idea, pues, así podía canalizar, exteriorizar lo que sentía sin problemas y agresividad hacía los demás. A los catorce, empecé con los concursos de poesía intercolegiados y los recitales, encontrando en la escritura una manera de hablar con los demás y en cierta forma de conocer lo que sentían otras personas por medio de la literatura. Me gustó tanto la idea que con el apoyo de la profesora de castellano ya en noveno, funde el grupo de poesía del colegio: Polimnia. Aunque al principio la idea sonaba descabellada, ya que los versos en apariencia no convocan a nadie, con el pasar del tiempo el grupo congregó a cientos de niñas tanto de primaria como de bachillerato, que encontraban en la literatura otra forma de expresar la inconformidad ante el molde de las mujeres “perfectas e integrales”, un espacio donde aunque sea en lo que se leía o se escribía, había una posibilidad de ser “persona” sin estereotipos o marcas del deber casi obligatorio de ser mujer como superficialidad o sensibilidad enfocada a la pareja o el futuro proyecto de hogar ja-ja –ja. Creo que yo también le debo la opción de haber escogido otra vida, de plantearme una manera otra de ser mujer sin la necesidad de marcar el formulario de las “exigencias sociales” a la literatura…

__Aquí, hay algo que no comprendo –tu me corregirás- si sabías que lo que te hacía “libre” era la literatura, como opción de vida, ¿cómo fue eso de estudiar ciencia política en la Nacional? ¿Cómo conciliaste con la literatura aún tomando el camino de la politología?

__ No es tan fácil decirse en la cara que tu pasión te puede matar de hambre- cuando uno sale del colegio sale con más incertidumbres que certezas y en ese estado debe decidir para donde va a coger- así que presa algo del pánico, pero por otra parte con la promesa de cumplir mi sueño de escribir, me fui a la universidad Nacional, la cual consideraba como el portal de las artes en el país. Sabía que allá podía estudia la carrera y por debajo de cuerdas tomar asignaturas de la carrera de literatura o las electivas de artes. Y así lo hice por dos o tres años, hasta que sentí que debía tomar una decisión entre el vestir de traje y estar detrás del político de turno o realmente tomar la escritura como un camino de vida. En medio del “shock”, me retiré un año y en Cali publique mi primer libro de poemas: Laberíntica. Por cosas del destino termine lanzándolo en la 13° feria del libro de Bogotá y gracias a él tuve mi primer contacto con la crítica. Debo confesar que no fue fácil, especialmente cuando vi en los medios impresos la opinión de los otros con respecto a lo que sentía y era. Entender que eso que publiqué ya no era mío sino de los que me leían fue difícil. Comprender que en cierta forma tenía otro rostro que hacía aparición en los recitales o las lecturas formales cuando respondía las preguntas del público no un fue asunto agradable, hasta el punto que tuve en ese periodo una alta propensión al aislamiento, sin contar la angustia de pensar en el ojo de los críticos, en el terror de la desaprobación, que persiguió los cinco años de elaboración del segundo libro comprometido por la alta oportunidad que me dio el departamento de literatura de la universidad para publicar en su colección de viernes de poesía el Panóptico(pabellón para tercos y fantasmas) en el 2005.
De ahí entendí que aparte de ser una pasión, la literatura es el ejercicio obstinado de la perseverancia en contra del miedo de la desaprobación; un oficio, en tanto, la sumatoria del trabajo y la paciencia, esta última difícil de comprender especialmente cuando se siente que no hay nada que escribir, o peor aún, que lo que está escrito en borradores te puede más, aún sobre el tiempo y la voluntad.

__Actualmente, ya visto con los ojos de hoy ¿Cuál es tu relación con la literatura? ¿Qué pasó con la niña del cuarto lleno de libros?

__Mucho más reconciliada. Por decirlo así “arreglé” mi camino. Después de la ciencia política me fui a hacer maestría en literatura en la javeriana- donde soy actualmente docente- y tuve la oportunidad de graduarme con tesis laureada y grado Magna Cum Laude. Ahora no peleo tanto con la literatura, amo lo que hago y aspiro a poder llevar mi pasión hasta los bordes del proyecto de vida. No creo que se escriba para morir, tal como la tradición del simbolismo y el romanticismo tardío reza, sino para vivir- esa es la única rebelión que nos queda- especialmente en Colombia, donde la dignidad de la vida, no parecen estar de moda. La escritura no puede ser una excusa para negarse a la vida, sino una manera de mirar y sentir con los hombres y mujeres que nos rodean. Ahora me demoro más, especialmente ahora que me dio por la narrativa, pero siento que debo permitir que el tiempo de las cosas llegue, para hacer de los textos no una razón para el encierro sino una clave para ser parte del mundo y aunque suene metafísico, del universo. Creo que la niña de los libros sigue ahí, pero la diferencia es que ya no lee o escribe para escapar del mundo, sino para hacer parte de él ¿no te parece?

__Eso está por verse Andrea Juliana, lo discutimos en la próxima sesión… Ya puedes abrir los ojos y levantarte, se nos ha acabado el tiempo. Nos vemos mañana a la misma hora de siempre…