miércoles, 14 de abril de 2010

Lo que se está llevando la lluvia antes de irme: Literatura colombiana y otras malas enunciaciones


De los días lluviosos donde escribir se hace imperativo para continuar con el día: Por lo pronto hay muchas cosas que hacer como por ejemplo, calificar parciales, preparar clase e ir a traducir papeles, sin contar que hay que ir a solicitar lo más pronto posible el pin para solicitar la visa. Esto es la línea de la rutina. Más sin embargo, en la cotidianidad de ésta ciudad donde nunca se ve el sol me reconozco cansada y decepcionada de personas pero en general de historias que solía tener como sagradas. Para empezar tenemos a la literatura. Paso por un periodo de aridez total, no escribo ni siquiera una coma, después de pugnas de años frente a la tendencia al intimismo que me invade en mi proyecto de escritura, ahora ni siquiera enuncio y no sé que sería aquello que podría desligarme de mi experiencia solipsísta frente a la escritura no como forma de desahogo sino como arte en capacidad de hablar entre la primera persona y el universo. Mi intuición me dice que debo buscar un instrumento preciso en capacidad de ser sensible pero al mismo tiempo elocuente. Tocar pero al mismo tiempo crear. ¿Hasta qué punto esto me está llevando más al camino del ensayo y la crítica? , no lo sé. La otra cosa es que puedo contar, cuál es mi caja de herramientas.
Hablando de otras cosas, ayer en uno de esos días tan propios de Bogotá cuando la lluvia se pega a los jeans y sientes todo absolutamente frio, acepté ir a una tertulia. Creo que hubiese hecho más en mi casa debajo de mis cobijas o sintiendo pasar por intravenosa Marcel Proust –si, esa lectura que un versado en literatura debe hacer alguna vez en su vida, aunque estoy llegando a pensar que como todo lo obligatorio es una lata con polenta, pero bueno, ese es mi punto de vista-. El balance, no fue pésimo sino letal. Por un lado un hombrecito con bigote del Zorro, con tenis verde militar de mala calidad y pantalón de sudadera gris, leyó un cuento suyo de “novela negra”, espantoso simplemente, haciendo honor a la porno miseria de éste país de busetas, balas y una mala selección de futbol. Un manejo del lenguaje absolutamente pobre con nombres que honran los culebrones mexicanos o venezolanos. Lo que más me duele, es pensar es que esa basura la que brilla en los anaqueles de las librerías colombianas. Recordé el dicho de un compañero ahora editor de una importante revista: desconfía de una persona que vista mal y se ufane de escribir bien, pues el gusto es una característica necesaria para quien se dedica al arte. Pero no vayamos lejos, pensé que la poesía podía salvar la tanda. Aquí, los pocos que bien podrían redimir la tanda, hablan de trenes y nieve en éste moridero del tercer mundo. No superamos el anacronismo del poeta Valencia que alguna vez hizo un poema acerca de los camellos sin haber visto alguno en su vida.
Eso sí que me dejó mal parada y bastante decepcionada además. Me gustaría pensar que me voy con una caja de cosas hermosas y que la creación en mi país abre un panorama a la reflexión y a la pregunta de quienes somos, no cómo vástagos de la tradición eurocentrista, sino como interlocutores que no necesitan del exotismo -antes de la papaya y la guacamaya del realismo mágico y ahora de las balas y los sicarios- para abrirse un lugar válido en la enunciación del discurso del mundo. Así que siento que me voy un poco triste, hasta decepcionada de mis antiguos mitos, como si todas las palabras en las que creí aquí se deslieran como un papelito que se lleva la lluvia por las calles de dios sabe quién.