miércoles, 26 de septiembre de 2012

Como hoja de otoño




Cuando llegué tenía una sonrisa que se expandía en mi rostro. Cada día era una mañana soledad como la sensación de la ropa blanca, limpia, siempre planchada, que se equiparaba  con la certeza del mundo como una pradera explayada. Ahora, después de un año aquí, mi sonrisa  se ha desvanecido un poco, quizá por la certeza que la extranjería no depende de un país, sino de la imposibilidad de encontrar en los rostros con los que hablas un rasgo que te permita sentirte propio. No son sólo las palabras, es  el lenguaje que no logra sentirse como un zapato- piel  que se ajusta a los pies. La imposibilidad de trascender, de encontrar la mueca precisa para acceder al corazón del otro.

Como dice Stroszek, en la película de Herzog de 1977 "No es castigo fisico, la cárcel, es la indiferencia, este castigo espiritual de ser extranjero". Yo le añado,  para mi, es  la barrera de estos grandes egos de los scholars que hacen sentir cualquiera claustrofóbico en la mitad de un salón de clase . Ésta imposibilidad de hallar el locus amenus en esos otros que son los colegas, los profesores.Si, profesionalmente egregios, algunos de ellos inalcanzables como seres humanos... pero no por su altura, sino por su mezquindad.

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