Cuando
llegué tenía una sonrisa que se expandía en mi rostro. Cada día era una mañana
soledad como la sensación de la ropa blanca, limpia, siempre planchada, que se
equiparaba con la certeza del mundo como
una pradera explayada. Ahora, después de un año aquí, mi sonrisa se ha desvanecido un poco, quizá por la
certeza que la extranjería no depende de un país, sino de la imposibilidad de
encontrar en los rostros con los que hablas un rasgo que te permita sentirte
propio. No son sólo las palabras, es el
lenguaje que no logra sentirse como un zapato- piel que se ajusta a los pies. La imposibilidad de
trascender, de encontrar la mueca precisa para acceder al corazón del otro.
Como dice Stroszek, en la película de Herzog de 1977 "No es castigo fisico, la cárcel, es la indiferencia, este castigo espiritual de ser extranjero". Yo le añado, para mi, es la barrera de estos grandes egos de los scholars que hacen sentir cualquiera claustrofóbico en la mitad de un salón de clase . Ésta imposibilidad de hallar el locus amenus en esos otros que son los colegas, los profesores.Si, profesionalmente egregios, algunos de ellos inalcanzables como seres humanos... pero no por su altura, sino por su mezquindad.
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