jueves, 6 de diciembre de 2007

Cuando no habia nadie para abrazarnos

No había muchas ganas para levantarse por las mañanas, los ojos estaban empañados por el vaho del inicio. No se esperaba nada, el espacio parecía transformarse en la materia de días donde no se espera el abrazo de nadie. Las palabras de los otros invisibles para los oídos conducían a donde nadie nos escucha, no había nadie, solo este dolor de estar vivo de nuevo, en un lugar donde ya nadie quiere limpiar la casa o revisar que las prendas para cazar están colgadas lejos de la vista de las visitas para no delatar la real naturaleza. NO había nada, nunca lo hubo, eso lo sabía cualquier ilusionista. Hasta sin espacio nos dejaron para colgar los quejidos que sirven de cuerda para lanzarnos al lado de la esperanza que se maquilla de venganza. Y ahora lo único que queda son estas mañanas largas que no se acaban con la luz, esta necesidad de pensar en los domingos soleados para pedir que las nubes se levanten para lanzar una viga y estrangularse en ellas. Estas ganas de no cerrar los ojos y no pedir hallar soles negros. No hay alguien ya para compartirlos, solo queda entonces aferrarse de nuevo a la palabra.

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