Es sábado. A diferencia de cuando vivía en Bogotá, no son las 12 del día y el plan no es unir desayuno con almuerzo (Brunch, le dirían por aquí). Tampoco, pasar la resaca después de la clase del viernes o recordar los poemas de la noche anterior. Porque la poesía no es una lista de frases en un papel para hacer bisección, ni la calificación del adjetivo bien colocado. Es la capacidad de asombrarse frente a la vida y sacar de las imágenes que nadie ve por su sencillez, la rareza de la existencia que permite que la vida sea vivible al menos como una aventura y no como un requisito.
Aquí en medio de la crisis y el agotamiento de los libros como saber y saber útil, la pregunta manida de para qué sirve el arte se hace obsesiva, especialmente, cuando después de días de días, escribir se hace una imposibilidad y la sensación de que siempre hay alguien que lo hace mejor que tu o que el mundo es muy grande frente a tus palabras pequeñas, es intimidante y aveces desalentador. El profesor que enfatiza en tu insignificancia, la preocupación por quien ha de pagar en unos años la renta, en fin, esa sensación de la canción de Andres Calamaro, que nadie vive de amor, hace los días asfixiantes en ocasiones. Tal vez en Colombia no hay grandes museos, ni postales de los grandes artistas se encuentran en el café de la vuelta, pero la poesía, esa que permite que sonreír con sentido, es algo tangible con los amigos. Aunque la noche llegue y no tenga más que pensamientos que no hablan de la crisis del Japón, ni de la crisis del subalterno en el siglo XXI, ni los gestos exactos para halagar al poderoso de turno, con mi voz pequeña como un ojal, regreso mi sentido a mis amigos, esos que con un click de Facebook, como voyeur, me dan algo de esperanza para sentir que aunque yo no soy nadie mi voz es algo, porque aunque no pase las pruebas, no reciba premios, no sea aceptada en los congresos, no conozco otra forma de vida que no sea la de la literatura, pero más que eso, la de vivir la vida por la vida misma, como celebración honda y aguda tal como las ofrendas hirientes de la consagración de la primavera de Stravinsky.
Ángela y sus fotos con Andrea: las he espiado desde las fotos de la muestra pública del trabajo de grado hasta las galletas de gayinas y osos que un mortal normal nunca pensaría como parodias de la diversidad sexual en la panadería de un barrio conservador como los Andes (gracioso que el barrio tenga el mismo nombre de la universidad stablishment de Colombia). En esos fragmentos de vida me regresan la fe para no claudicar y pensar que mi propósito debe ser escribir aunque la exigencia me devore aquí. Carlos con sus notas acerca de libros click en blogs y en periódicos, que me traen al extrañamiento de nuevo, ese que si estuviera allá celebraríamos con un cigarrillo y la repetición de las frases hasta que sonarán absurdas con un café negro de sobremesa. Ese humor, ese descolocamiento de lo escrito cuanta falta hace acá donde todo es una prueba para calificación. Oscar a quien, aunque no hemos hablado desde que estoy acá, siempre me traía a los temas de la incoherencia del atavismo colombiano, con esa dosis de absurdo que trae la repetición en un lugar donde ya nadie se percata de ello. Mahecha, Matis… las dos mujeres que han funcionado como mi izquierda y derecha con su inconformismo, no porque no amen la vida, sino porque después de sus tantos años, la madurez las ha hecho más vitales y no se tragan entero el bajar la cabeza para buscar trabajo. Fe sin banderas y como a los que más extraño, siempre me inyectaron altas dosis de humor, aún en los momentos más difíciles cuando la vida tenía carne y las dificultades eran tan materiales que se les podía poner el dedo en la llaga. A mi prima xime y como a todos los que estoy unida, la risa y el café, sin importar si era el caribe o Bogotá.
Aquí no es así. Todo es tan cómodo, que parece que hasta la vida misma se fue a otra parte. Es un constante domingo, donde todos trabajan, tanto, que creo que el rostro se les ha quedado pegado en el teclado y cuando terminan no sabe dónde están ellos mismos y por eso tienen que seguir trabajando de esa manera enferma. La enfermedad de una sociedad rica que día a día pierde los rasgos de extrañeza. Aquí, aparte de los afrodescendientes, nadie ríe a carcajadas. ¿Qué dirá Terry Gilliam en este lugar que no tiene un rincón para las maravillas? Yo no creo en la guacamaya ni en la bala del “parce”, del realismo mágico y la sicaresca, pero el descolocamiento es necesario para sentir que la vida está en el lugar donde uno está parado y no en otra parte.
Extraño también a Liz, con sus laberintos llenos de palabras y de heridas que nos hacían más vitales cuando recordábamos que somos mujeres de la reflexión y sobrevivientes a pesar de vivir con nosotras mismas. A Manu y la hora del rulo que tenemos prácticamente desde la adolescencia y las cábalas acerca del futuro que todavía no dejamos de hacer. Estela y Mauricio, con sus misas, realmente comuniones de la poesía en la Candelaria. La celebración del silencio y la palabra con esa sensación de un mundo nuevo como el resplandor de los astros. Ellos, aunque no vayan a los recitales de los patriarcas, son más poetas que los oficiales y su fervor, aunque no publiquen es la más ardiente llama que todavía me calienta aquí, en este lugar de críticos literarios. Creo que lo que más aburre aquí, es que todos son tan brillantes que pocos son los humanos. Extraño la fe y si es cierto que el saber es el producto del desencanto, preferiría ser una neardenthal antes que una scholar first class.
Obviamente extraño mi papá, a quien en este lugar veo como un hombre muy humano y libertario a diferencia de los personajes que veo aquí. Siento que sería un tipo muy feliz. Él que tiene temperamento para esta vida siempre ha sido él, no yo. Yo, creo que tengo temperamento de dilectante, coleccionista de postales, pero quizá no de eminencia. ¿Qué va ser de mí?
En fin, díganme mis amigos ¿para qué sirven estos textos? En términos contractuales para ni mierda, pero es esto lo que sé escribir. No sé qué más decir. Sólo que ustedes son las mejores obras de arte que conozco.